Por Paula Verzello

En una confrontación sin precedentes en la historia argentina, el actual gobierno ha apelado a todo tipo de recursos corruptos para desinformar, difamar y socavar a quien considera su enemigo, como si lo que estuviera en juego fuera mucho más que quién gestionará el gobierno durante los próximos cuatro años.

En un alarde de impunidad, se amplió el gasto público y el crédito social en tiempo de veda electoral con emisión de moneda por el Banco Central, además de incrementar escandalosamente la  deuda con China hace un mes al pedirle otra ampliación del swap. Cooptar votos y financiar la campaña electoral del candidato oficialista insuflando dinero del régimen comunista chino por supuesto que no será gratuito.

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En pocas palabras, Argentina afronta un dilema económico, político y sobre todo moral.

Tras más de 40 años de decadencia por aplicación sostenida de un modelo económico y político que solo vuelve a los ciudadanos esclavos del Estado a través del asistencialismo y clientelismo político -con el único propósito de manipulación del electorado-, o bien ciudadanos esclavos del Estado por el pago de impuestos cada vez más altos -que solo financian un sistema corrupto y no resultan en una redistribución equitativa-, podría decirse que solo ha quitado libertad de elección. No sólo ha quitado libertad de elección, sino que ha degradado gravemente la dignidad de sus ciudadanos, al privarlos de un sistema educativo, de salud y laboral de los que realmente puedan beneficiarse.

Edificios terminados no son escuelas ni hospitales si no tienen lo que tienen que tener para que lo sean, y que además cumplan el propósito que tienen que cumplir. Puestos de trabajo no representan dignidad laboral tanto para empleados como para empleadores, incluido un contexto económico estable. 

Frente a esta situación, tomar posición es la primera elección.. Es votar por continuidad o cambio entre dos modelos de sociedad: una corrupta y la otra que propone algo nunca visto, restituir la moral como base de los demás cambios. 

La segunda elección es ir o no a votar. La tercera elección es votar por uno de los candidatos o votar en blanco. El deber ciudadano es informarse adecuadamente, y hoy eso implica sortear los canales de desinformación que buscan confundir al electorado. Si un candidato defiende ideas correctas y el otro candidato solo se dedica a perjudicar a la nación a futuro con sus acciones presentes, el dilema de elección deja de serlo aunque se esfuerce al máximo para desacreditar el temperamento de aquel -en definitiva, solo ataca a la persona pero no a sus ideas-. Para quienes entienden que los valores morales son el único camino para mejorar como sociedad en todos los aspectos, incluidos el económico y político, no hay dilema.

La cuarta elección es verificar irregularidades en el lugar de votación, fiscalizar resultados a boca de urna y carga de resultados en el sistema por parte de la Junta Electoral: en boca de urna, presidentes de mesa, vocales y fiscales presentes deben fotografiar y filmar telegramas o situaciones irregulares que impidan llevar a cabo un acto electoral con buena fe; en la Junta Electoral, los data entry deben reportar irregularidades resguardando su seguridad, y los ciudadanos deben reportar diferencias encontradas entre la información enviada en los telegramas y la información cargada en el sistema.

La quinta elección es la del voto que irá a la urna, y ojalá, al resultado electoral real. El grado de consciencia con que cada ciudadano actúe estará dado por su toma de posición individual respecto de lo que quiere para su futuro en el contexto social. 

Si realmente fuera el caso que la elección sea entre lo recto y lo perverso, la responsabilidad de cada uno es aún mayor, porque lo que estaría en juego sería una elección de otra naturaleza. Y claro, también el destino de la nación y de la sociedad. Quejarse por la propia situación sin involucrarse en el cambio real equivale a querer quedarse en la misma situación sin poder admitirlo. O peor, naturalizar la corrupción, apoyarla por inacción y además financiarla.

Si aún hubiera dilema con la elección, hay que señalar al lector que no se deje engañar por las apariencias, ya que posiblemente esté siendo engañado. Se ven acciones nunca vistas en América Latina, comparables a una “guerra cognitiva” tanto en el despliegue comunicacional como en la campaña de miedo, sin duda al nivel de regímenes totalitarios como el comunismo chino. Parece evidente que la maquinaria que el gobierno  ha puesto en marcha para ganar la elección presidencial es corrupta sin pudor, y la impunidad hace que sea abiertamente un vale todo. 

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