
Por Jeffrey M. Kihien-Palza – GateWayHispanic.com
Occidente, en nuestros tiempos, se empeña en perseguir la modernidad sin detenerse a definirla, complicando así una búsqueda que debería ser más sencilla. Este es un error que necesita corrección inmediata, si realmente se desea enmendar el rumbo.
Mientras tanto, ser “moderno” en las democracias occidentales parece significar atacar al hombre, destruir a la mujer, hipersexualizarlo todo —sobre todo a los niños— y suprimir el significado divino y teológico del matrimonio, institución que define y protege tanto al varón como a la mujer.
El ataque sistemático al hombre se refleja claramente en la figura pública de Emmanuel Macron, presidente democráticamente elegido de Francia. Su vida privada es, en realidad, una historia de abuso en su contra, maquillada por la prensa corporativa y convertida en un supuesto cuento de hadas que, lejos de serlo, encierra una tragedia silenciada.
Y como en la democracia moderna los políticos son esclavos de mayorías fácilmente manipulables, pocos se atreven a denunciar este espanto; prefieren defenderlo o guardar silencio para no traicionar la corrección política.
Un claro ejemplo de ello ocurrió el 25 de mayo de 2025, en la República de Vietnam, cuando Brigitte Macron agredió físicamente a su esposo, el presidente de Francia. El incidente, captado por cámaras y visto por millones de personas en todo el mundo, pasó casi desapercibido.
Todo presidente dispone de seguridad para protegerlo de cualquier amenaza física, pero en este caso, la seguridad de Macron resultó incompetente para protegerlo de la agresión de su propia esposa. No se trató de una simple bofetada: fue una embestida con ambas manos, como las que un varón usaría para neutralizar a un enemigo.
La reacción global fue la previsible: risas, indiferencia y silencio cómplice, porque el agresor era una mujer y la víctima, un hombre. Si hubiese sido al revés, la historia sería otra: Emmanuel sería crucificado mediáticamente y juzgado bajo alguna de las nuevas categorías de agresión física o psicológica —difusas, a veces absurdas— que siempre se aplican de varón a mujer, o de varón heterosexual cristiano hacia alguna de las “minorías” que Occidente idolatra.
Hoy, los derechos del varón en Occidente son de tercera categoría y la situación empeora cada día. Basta recordar que, recientemente, en Inglaterra se necesitó una resolución judicial para definir legalmente los conceptos de varón y mujer, algo que hasta hace poco era de sentido común.
El origen de la relación entre Emmanuel y Brigitte es igualmente turbio. Según la versión oficial repetida por la prensa, todo comenzó como una historia de amor entre un adolescente de 14 o 15 años —un niño— y su profesora de 39 o 40 años, casada y madre de tres hijos.
En lugar de mantener la ética profesional y proteger a un menor en plena efervescencia hormonal, Brigitte eligió seducirlo y moldear su conciencia a su antojo. Los padres de Macron, alarmados por esta relación irregular y peligrosa, lo enviaron a estudiar a París para alejarlo de su maestra-amante.
Cabe recordar que Emmanuel asistía a clases junto a la hija de Brigitte: otra víctima silenciosa de esta historia presentada al mundo como el triunfo del “amor verdadero”, cuando en realidad normaliza la pedofilia. Hoy, la agenda modernista rebrandea la atracción de adultos hacia menores como una “condición psicológica” (MAPs: Minor Attracted Persons), allanando el camino hacia su futura legalización.
En el ámbito político, Macron será recordado por su papel en el impulso del rearme en Europa, la guerra en Ucrania, la promoción del aborto —profundizando la crisis de natalidad de su país— y por el controvertido espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024, donde se habría representado la Última Cena con actores transexuales, como símbolo de la agenda transgénero.
Pero existe algo aún más grave: las investigaciones de los periodistas Xavier Poussard y Candace Owens sostienen que Brigitte Macron es, en realidad, un varón. Se trata de una acusación de enorme peso, fácilmente refutable: bastaría con que Brigitte presentara una prueba de ADN ante un tribunal y demandara por difamación para obtener una indemnización millonaria. Sin embargo, hasta ahora no lo ha hecho; en su lugar, los Macron se limitan a enviar amenazas legales. Según Candace Owens, incluso recibió amenazas de otro tipo, aún más inquietantes.
Mientras tanto, la prensa corporativa publica miles de notas negando la versión de Poussard y Owens, acusándolos de no presentar pruebas… sin ofrecer ellas mismas evidencia concluyente. Así, el rumor se mantiene vivo, alimentando lo que llaman una “teoría conspirativa”. Solo el tiempo revelará la verdad, porque, pese a todo, la verdad siempre termina triunfando.
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