Fuente: El Buen Camino en GJW
En un mundo que tiende a confundir lo natural con lo arbitrario, defender la diferencia entre varón y mujer es un acto de amor y responsabilidad.
Varón y mujer no son intercambiables, ni deben serlo. Esa diferencia no es una carga, sino una riqueza. En la vida familiar y social, cada género ofrece dones únicos: si los ignoramos, empobrecemos el vínculo humano.
El varón, por naturaleza, posee un corazón valiente y fuerte, dispuesto a enfrentar los desafíos con coraje. Su espíritu protector busca cuidar y servir a su familia y comunidad. En su interior brota la capacidad de liderazgo, la firmeza ante la adversidad y un sentido profundo de justicia. Educarlo es guiarlo para que esa fuerza no se convierta en violencia, sino en nobleza; para que su carácter se afiance en la responsabilidad y el amor genuino.
Por su parte, la niña encarna la delicadeza, no como debilidad, sino como una fuerza sutil y poderosa. Su sensibilidad la conecta con la empatía, el cuidado y la armonía. En su ternura habita una fortaleza para sostener la vida, para nutrir relaciones profundas y para transformar el mundo con su gracia y sabiduría.
Pero para que estas virtudes florezcan, es fundamental que los padres se conviertan en un refugio seguro para sus hijos. En un mundo que propone relativismos y constantes cambios de ideas, brindarles claridad y seguridad es vital para que crezcan con la certeza de quiénes son realmente.
Confundir a un niño sobre su género o exponerlo a mensajes contradictorios puede causar heridas profundas y duraderas. Por eso, los adultos responsables tienen la obligación de proteger a los niños de toda desorientación, acompañándolos con amor, paciencia y firmeza, ayudándolos a descubrir su verdadera identidad con seguridad y tranquilidad.
Esto no es solo teoría ni opinión. La realidad muestra consecuencias graves cuando se desdibuja la identidad sexual en los niños. Por ejemplo, en Estados Unidos, hay casos documentados donde menores recibieron tratamientos hormonales sin estar preparados para entender las consecuencias, dejando secuelas físicas y emocionales profundas. En Argentina, el gobierno ha dado un paso firme prohibiendo estas intervenciones en menores.
Estas noticias no pueden pasar desapercibidas. Son un llamado urgente a que protejamos la identidad natural de los niños. No podemos permitir que ideas erróneas o imposiciones ideológicas borren la verdad sobre quiénes son, ni que la confusión les quite la seguridad necesaria para crecer sanos y fuertes.
Para proteger y fortalecer la identidad natural de los niños, padres y educadores deben asumir un rol activo y consciente. Eso implica estar atentos a las señales de confusión o inseguridad en sus hijos, fomentar un diálogo abierto y sincero, y brindarles un ambiente lleno de amor y firmeza. Reforzar los valores tradicionales y la comprensión clara de las diferencias naturales no solo fortalece al individuo, sino que también construye una sociedad más armoniosa, estable y respetuosa, donde el vínculo familiar y social se enriquece y perdura.
Por eso, padres y educadores, ha llegado la hora de asumir con decisión y convicción la responsabilidad que tenemos. Educar en la verdad no es imponer, sino defender y garantizar el futuro de quienes más amamos.