El Departamento de Energía de Estados Unidos ha dado a conocer esta semana un informe que podría marcar un antes y un después en el debate climático global. Titulado Una revisión crítica de los impactos de las emisiones de gases de efecto invernadero en el clima de Estados Unidos, el documento ha sido elaborado por un grupo de científicos independientes reunidos por el secretario de Energía, Chris Wright, bajo la administración del presidente Donald Trump.
La publicación representa, por primera vez, un cuestionamiento oficial desde un gobierno de una potencia mundial a la existencia de una “crisis climática” tal como la presentan la ONU y diversas instituciones internacionales. Aunque el informe reconoce que el dióxido de carbono (CO₂) actúa como gas de efecto invernadero, destaca que sus impactos han sido sobredimensionados en los modelos actuales, y que sus beneficios han sido sistemáticamente minimizados u omitidos.
Entre los hallazgos más destacados del informe, se subraya que el CO₂ ha contribuido significativamente al “reverdecimiento” global del planeta, al mejorar la fotosíntesis y la eficiencia del uso del agua en las plantas, lo que se traduce en mayores rendimientos agrícolas.
Esta fertilización por CO₂ se considera una de las principales causas del aumento de la cobertura vegetal en los últimos 40 años, fenómeno corroborado por mediciones satelitales. Lejos de ser un contaminante tóxico, el informe recalca que el CO₂ es esencial para la vida vegetal y que niveles mucho más altos ya existían en eras pasadas de la historia geológica del planeta.
El documento también aborda el tema del pH oceánico, destacando que el descenso actual en la alcalinidad de los océanos (mal denominado “acidificación”) se encuentra dentro de los rangos naturales históricos y no representa una amenaza inmediata para los ecosistemas marinos. Como ejemplo, se cita la notable recuperación de la Gran Barrera de Coral en Australia, en contra de las previsiones más alarmistas.
En cuanto al cambio climático propiamente dicho, el informe sostiene que los modelos climáticos utilizados por organismos como el IPCC tienden a sobrestimar el calentamiento futuro, debido tanto a una sensibilidad excesiva al CO₂ como al uso de escenarios de emisiones extremas ya desacreditados, como el RCP8.5. También destaca que no se observan tendencias claras ni sostenidas en la mayoría de los fenómenos meteorológicos extremos en EE.UU., como huracanes, tornados, inundaciones o sequías. El aumento del nivel del mar, si bien real, ha sido gradual y presenta fuertes variaciones regionales.
Uno de los puntos más controversiales del documento es su afirmación de que los costos económicos atribuidos al CO₂ son altamente especulativos y dependen de supuestos poco robustos. Según sus autores, las políticas de mitigación climática agresivas podrían causar más daño económico que beneficio ambiental, especialmente si se implementan sin considerar sus escasos efectos reales sobre el clima global.
El informe fue elaborado por los doctores John Christy, Judith Curry, Steven Koonin, Ross McKitrick y Roy Spencer, reconocidos expertos en física, economía y ciencias climáticas. Sus conclusiones han sido presentadas como un llamado a repensar las políticas energéticas y ambientales desde una perspectiva basada en datos empíricos y debate abierto, no en alarmismo.
Con esta publicación, la administración Trump busca abrir una nueva etapa en la conversación climática, orientada por el principio de que el acceso a energía asequible y confiable sigue siendo una prioridad para el desarrollo humano, especialmente en un mundo donde millones aún viven en condiciones de pobreza energética. Como señala el secretario Wright en el prólogo del informe, “el cambio climático es un desafío, pero no una catástrofe”.