Fuente: La Gaceta
Por Karina Mariani
El año 2015 marcó a Francia con dos brutales ataques islámicos: por un lado, la masacre de Charlie Hebdo, un ataque coordinado en varios lugares diferentes, en el que caricaturistas, policías y clientes de un supermercado kosher fueron asesinados; y por el otro, la oleada de atentados con bomba y tiroteos que comenzaron en las afueras del Stade de France y terminaron de forma espantosa dentro de la sala de conciertos Bataclan, donde cientos de espectadores fueron tomados como rehenes y aniquilados.
Hace diez años, Francia vivió los horrores de la violencia desenfrenada a la que François Hollande, en ese momento presidente de la República, describió esto como «un acto de guerra». Desde entonces, en Francia se han desbaratado 80 atentados terroristas islamistas, pero no se han podido prevenir 50, casi la mitad de ellos mortales. La Francia de Macron ha demostrado ser incapaz de afrontar el diagnóstico de Hollande. El propio Macron, elegido con la promesa de prosperidad, paz y renovación de la clase política, tardó apenas unos meses en levantar el estado de emergencia general. Durante su presidencia se han producido decenas de atentados islámicos en Francia, incluyendo la decapitación de dos profesores que habían mencionado las caricaturas de Charlie Hebdo.
Hoy en día, especialmente en los suburbios, los bloques de votantes cortejados por los partidos políticos son mayoritariamente musulmanes. Quizás no sorprenda entonces que, pegado a los homenajes del Bataclan, Macron recibiera a Mahmoud Abbas en el Palacio del Elíseo, tras haber reconocido al «Estado de Palestina» exactamente dos meses antes en la Asamblea General de la ONU. Como presidente impopular y en gran medida impotente, Macron se concentra en su política exterior con iniciativas que aún puede emprender constitucionalmente pese a la parálisis de su gobierno; pero también parecía estar enviando señales a un sector reaccionario, como si estuviera comprando paz contra más disturbios y terrorismo en el corazón de Francia.
La radiografía de una radicalización
El pasado martes se publicó una encuesta realizada por Ifop para la revista Écran de veille, que indica que la práctica estricta del islam y la simpatía por su forma radical han ganado terreno en la generación más joven de musulmanes. Según los investigadores: «Esta encuesta ofrece un retrato muy claro de una población musulmana inmersa en un proceso de reislamización, estructurada en torno a estrictas normas religiosas y cada vez más tentada por un proyecto político islamista». Este fenómeno se refleja en la vida cotidiana mediante la primacía de las prácticas religiosas sobre las leyes y costumbres sociales, lo que demuestra la creciente capacidad del islam para establecer normas de convivencia.
En comparación con 36 años de mediciones similares, los nuevos resultados arrojan conclusiones alarmantes. Apenas un año después de los atentados, se produjo un punto de inflexión histórico que no dejó de crecer. Por ejemplo, el uso del velo entre las chicas menores de 25 años: era del 16% en 2003, se duplicó en 2016 y alcanzó el 45% en 2025. La práctica del ayuno entre los jóvenes de 15 a 25 años durante el Ramadán experimentó un auge en 2016, pasando del 70% al 82%.
El estudio también observa la propagación de una cultura de radicalismo entre ellos: el 42% simpatiza con el islamismo, mientras que el 33% ve con buenos ojos al activismo yihadista. En 1998, esta proporción de opiniones positivas sobre los fundamentalistas era del 19%, en todos los grupos de edad. Otro indicador es el rechazo a la interacción entre hombres y mujeres. El 45% de los hombres menores de 35 años y el 57% de las mujeres de la misma edad rechazan al menos una forma de contacto, como dar la mano, recibir atención médica de una persona del sexo opuesto o usar una piscina mixta.
Esta tendencia se extiende al respeto por la ley francesa: casi el 60% de los jóvenes de entre 15 y 24 años encuestados cree que las leyes de la República quedan relegadas a un segundo plano frente a la ley islámica (Sharia). Este cambio es aún más pronunciado en el ámbito científico. Mientras que el 65% cree que la religión supera a la ciencia en la cuestión de la creación del mundo (19% de media entre el conjunto de la población francesa), esta cifra asciende al 82% entre los jóvenes.
Otro elemento destacable es la atracción hacia las diferentes formas de islamismo radical, el número de creyentes que manifiestan abiertamente su afinidad con las ideologías fundamentalistas crece constantemente. La Hermandad Musulmana es la que cuenta con mayor apoyo. El 24% de los encuestados afirma apoyar a los Hermanos Musulmanes, el 9% por el salafismo y el 3% por el yihadismo. Sumando todas las ideologías islamistas (takfir, wahabismo, salafismo, tabligh, etc.), más de un tercio se siente cercano a al menos un movimiento fundamentalista.
Los informes relativos a la encuesta sostienen que este progreso en la adhesión a las tesis islamistas contrasta con el discurso del establishment político sobre una secularización que supuestamente debía ocurrir, los resultados superan las estimaciones más pesimistas. Las predicciones son alarmantes: «Lejos de disminuir con el tiempo, el proceso de reislamización y radicalización se intensificará con cada relevo generacional». Incluso podría ser irreversible: «El estudio sugiere que, en esta etapa, nada parece detener este proceso. Al contrario, todos los indicadores apuntan a un fortalecimiento de estas tendencias en los próximos años».
Sólo el 12% de los musulmanes de entre 15 y 24 años desea que el islam se «modernice». Esta cuestión de la adaptación del islam, planteada al mismo grupo de edad en 1998, obtuvo el apoyo del 41% de los jóvenes. Por lo tanto, esta proporción a favor de la reforma se ha reducido prácticamente a la cuarta parte. Ifop observa que la religiosidad es significativamente mayor entre los musulmanes que en otras religiones: el 80% se identifica como religioso, en comparación con un promedio del 48% en otras religiones.
La tendencia subyacente plantea la cuestión de la adhesión a los valores republicanos entre las generaciones más jóvenes de musulmanes. De hecho, Ifop argumenta que el movimiento revelado por la encuesta «está impulsado por una juventud cada vez más deseosa de afirmar su identidad musulmana frente a una sociedad francesa percibida como hostil».
Pero, ¿es realmente esto una sorpresa? Una semana después de los asesinatos de Charlie Hebdo, las escuelas francesas guardaron un minuto de silencio en memoria de las víctimas, pero en más de 200 instituciones, los alumnos se negaron a respetarlo. Ocurrió lo mismo cuando se pidió un minuto de silencio por la memoria del profesor Samuel Paty decapitado por un refugiado islamista, o por la memoria del profesor Dominique Bernard, asesinado mientras intentaba proteger a sus alumnos de otro ataque islamista.
En los dos años transcurridos desde que Hamás atacó a Israel, el antisemitismo en Francia ha alcanzado niveles alarmantes y otra encuesta reciente reveló que el 31% de los jóvenes musulmanes de entre 18 y 24 años creían aceptable agredir a judíos. Se han quemado sinagogas, se ha golpeado a judíos en la calle y la semana pasada cuatro manifestantes pro-palestinos irrumpieron en una sala de conciertos de París, lanzando bengalas y profiriendo amenazas mientras la Orquesta Filarmónica de Israel actuaba.
El fiscal nacional antiterrorista, Olivier Christen, ha sido categórico: la amenaza yihadista sigue siendo la más significativa para Francia, tanto por su volumen como por el grado de preparación de los posibles atentados. Y los indicios se multiplican. Apenas días atrás, las fuerzas de seguridad desarticularon una célula compuesta por tres jóvenes —de 18, 19 y 21 años— que planeaban un ataque en París coincidiendo con el aniversario del Bataclan, el “13-N”. La presunta líder, de 19 años, difundía contenido pro-yihad en TikTok y había manifestado su intención de hacerse con rifles de asalto y cinturones explosivos «en homenaje a Osama bin Laden». El objetivo: emular el ataque del Bataclan.
El ataque islamista de la semana pasada en la isla turística de Oléron eclipsó la noticia de estas tres jóvenes mujeres, pero este no es un caso aislado. Casi el 70% de las personas detenidas bajo sospecha de terrorismo son menores de 21 años. El islamismo está ganando la batalla cultural entre las personas que van a dirigir el país en pocos años.
En el caso de Île d’Oléron es significativo que el sospechoso, descrito por los medios como una persona con problemas psicológicos y de adicciones, optó por utilizar la retórica del terrorismo yihadista para perpetrar su ataque, que expresó gritando «Allahu Akbar». Pero el hombre no tenía antecedentes familiares ni culturales con vínculos islamistas, ni pertenecía a ninguna red. Podría haber alegado lealtad a otra ideología radical, anarquista, conspiranoica, pero eligió esto.
Las cifras hablan de una radicalización que se reinventa. Este año, diecisiete menores han sido procesados por la fiscalía antiterrorista francesa —casi la misma cifra que en todo 2024—. Los nuevos perfiles actúan de manera más autónoma, con menor contacto con las organizaciones terroristas, pero con odio letal. El dato que empeora el panorama, es que la mayoría de los terroristas no son recién llegados. Son hijos radicalizados de padres inmigrantes. Bajo la amenaza de una acusación de islamofobia, los precursores del islam político están impidiendo que se establezcan debates y políticas públicas para paliar este flagelo.
El académico y experto en islamismo, Gilles Kepel, expresó su temor de que los islamistas estuvieran explotando a la izquierda para ganar la «batalla cultural«. Ciertamente, están ganándose los corazones y las mentes de un número creciente de jóvenes izquierdistas franceses que ondean la bandera palestina en las manifestaciones más diversas, sin ninguna conexión con Gaza, porque expresa el sentimiento de ser víctima en el marco de la ideología opresor-oprimido, más allá de la causa. El wokismo ha legitimado el islam político y le ha otorgado un lugar en la sociedad sin ningún tipo de distanciamiento crítico.
Diez años después de los ataques que conmocionaron al mundo, Francia se enfrenta a una realidad más sombría que la de 2015. La falta de acción, la cobardía política y el fracaso del modelo de integración han conducido a una crisis que parece irreversible. Mientras tanto, el islamismo radical ha consolidado su presencia en las escuelas, los medios, las calles y las mentes de una juventud cada vez más radicalizada. Lo que en 2015 parecía una amenaza sombría, se ha convertido en un fenómeno generacional que desafía los fundamentos mismos de la República francesa.









