Fuente: La Gaceta
Por Karina Mariani
Cada vez con mayor frecuencia en los últimos años, ante la llegada de la Navidad aparecen voces que buscan desmerecer el festejo diciendo que en realidad es una fiesta pagana. Hablan de equinoccios y sacrificios, del origen de las decoraciones de los árboles y de las velas y los regalos. Romanos y vikingos suelen ser las referencias más citadas. ¿Por qué importa tanto quitar a la celebración más importante de Occidente su carácter excepcional?
La Navidad lleva tiempo bajo asedio y en varios frentes. Esta obsesión por atribuirle una raíz pagana a cada uno de sus rituales no se diferencia mucho de la corriente revisionista que intenta despojar a la cultura occidental de su excepcionalidad. Es la misma lógica forzada que pretende equiparar la filosofía, el derecho o la ciencia de Occidente con la cosmovisión del Imperio Azteca, la arquitectura del Imperio Jemer o su ciencia con la del Imperio Songhai. Son todos intentos de relativismo cultural que buscan sugerir que la civilización que dio forma al mundo libre es sólo una más entre tantas otras ya extintas.
Pero la universalidad del festejo navideño, con todos sus matices, es en sí misma excepcional y sugerir que se trata sólo de continuaciones de prácticas ancestrales es simplemente erróneo. Nada sale de la nada, claro, pero no hay tradición que se equipare ni mensaje de esperanza que la iguale.
La Navidad no es una supervivencia pagana, sino una construcción cultural sofisticada donde impulsos ancestrales se fundieron con invenciones modernas y victorianas bajo el sentido cristiano. El resultado de esta amalgama no es un pastiche, sino una celebración civilizatoria única e irrepetible; una identidad lograda que, precisamente por su inmensa potencia simbólica, hoy es la que se encuentra amenazada.
La Navidad hoy enfrenta una realidad distinta. En muchas partes del mundo, y en particular en Europa, la Navidad ya no se celebra; se gestiona, se controla. La época que antaño marcaba la alegría pública ahora se desarrolla entre barreras de hormigón, patrullas armadas, eventos cancelados, advertencias y vigilancia.
La temporada navideña se ha convertido en un foco de hostilidad anticristiana precisamente porque expone sus símbolos a la vista del público. Los mercados navideños que lograron abrir este año lo hicieron bajo las medidas de seguridad más estrictas jamás vistas en tiempos de paz en Europa. La arquitectura de la Navidad ha cambiado y varias ciudades han adoptado simulaciones para calcular rutas de evacuación.
Se ha creado una atmósfera en la que se espera violencia en festividades que antaño simbolizaban la alegría comunitaria. Esta vulnerabilidad se ve intensificada por la creciente perspectiva que incita a las instituciones a tratar las expresiones navideñas como divisivas. La violencia que ensombrece la Navidad actual es reflejo de una profunda crisis: se vandalizan iglesias y se profanan imágenes sagradas. No son eventos aislados, sino que forman un patrón persistente. En los últimos años vimos cómo en Erbach im Odenwald (Alemania) un mercado navideño y una iglesia fueron atacados, con un belén viviente destruido, los animales golpeados y el altar profanado con excrementos. En Amiens (Francia) y Villar de Olalla (España) las figuras de los pesebres fueron decapitadas o destrozadas; en Fonsorbes (Francia) se incendió una iglesia durante el Adviento, y en lugares como Geesthacht (Alemania) o Durham (Inglaterra) los mercados fueron cancelados o interrumpidos por amenazas y alertas de seguridad.
Lejos de detenerse, la amenaza se ha acelerado en este mismo diciembre. Hace apenas unos días, la policía de Baviera evitó in extremis un nuevo atropello masivo en la zona de Dingolfing, deteniendo a una célula, incluido un imán, que ultimaba el ataque. Luego, en Leipzig, la tragedia se evitó por milagro cuando un hombre armado con un AK-47 fue interceptado al intentar acceder a un recinto junto al mercado navideño; y en Polonia, la detención en Lublin de un terrorista que planeaba atentar con explosivos demuestra que el frente se amplía. No son casos aislados: es la crónica de una Navidad que hoy se celebra mirando de reojo a las salidas de emergencia.
La Navidad es tratada cada vez más como un riesgo para la seguridad en lugar de una herencia compartida. Lo que antes era un espacio de convivencia se ha convertido en un repliegue. Si en Europa la Navidad se ve acosada, en otros lugares se persigue hasta la muerte. En Nigeria, los cristianos viven bajo la constante amenaza de ataques de grupos terroristas islámicos, quienes programan sus ofensivas para infligir el máximo terror durante las festividades. Hace dos años, al menos 140 cristianos fueron masacrados en Nochebuena en el estado de Plateau. Este año, 72 personas fueron asesinadas durante la Pascua en Benue. Más de 7.000 cristianos ya han sido atacados y asesinados este año solo en Nigeria. Esto apunta a una ideología de conquista. Es más que terrorismo.
Defender el culto y el simbolismo cristiano no es un acto de hostilidad hacia otros; es el requisito mínimo para la libertad religiosa y la continuidad cultural. Una sociedad que acepta las barricadas como escenario natural de sus celebraciones sagradas ya ha cedido algo profundo.
En la Navidad de 1941, en plena guerra, Winston Churchill dijo: «Dejemos a los niños tener su noche de diversión y risas… Dejemos que los mayores compartan esa alegría antes de volver a enfrentarse a la dura tarea». En el fondo, la Navidad es ese momento extraordinario en el que todos brindan por la historia de un nacimiento en Belén que simboliza la renovación de la esperanza. A pesar de todo lo que la asedia, la Navidad sigue siendo la festividad más alegre del año, donde esa esperanza triunfa sobre la desesperación. Nos confirma que el rencor no nos ha conquistado y que la envidia no ha prevalecido.
Aunque no todos la vivan con la misma intensidad o espiritualidad, incluso en el intercambio de regalos y el brillo de los adornos reside una forma válida de generosidad; y toda contribución es valiosa si sirve para engrandecer la alegría común. No promete ignorar la tristeza del mundo, sino ofrecer el lugar exacto donde el amor, de alguna manera, conquista los corazones.
Todo esto para decir: no sólo tengan una Feliz Navidad, sino una Navidad valiente, porque contra viento y marea, mientras se siga celebrando, la civilización resiste.









