Fuente: La Gaceta
Por Carlos Esteban
A las tradiciones navideñas que permean Europa desde hace siglos se ha sumado una nueva en los últimos años: la guerra contra la Navidad, precisamente. El cierre de los mercadillos navideños por miedo a los ataques terroristas, gobiernos nacionales decididos a imponer el dogma multicultural… la Navidad, expresión cultural que ha superado los límites de la fe fundante de Europa, sufre cada años ataques coordinados que ponen en serio peligro la continuidad de nuestras tradiciones.
En Berlín y Estrasburgo, los mercadillos navideños han sido blanco de ataques islamistas violentos, y la fuerzas antiterroristas han frustrado al menos diez atentados. Los que sobreviven necesitan barreras de hormigón, controles de bolsos y prohibición de cuchillos. La inauguración del mercado navideño de Bruselas este año incluyó una protesta antiisraelí de activistas musulmanes que blandían bombas de humo y acompañaban sus cánticos bélicos con tambores y antorchas.
Luego están las «medidas preventivas», lo que se deja de hacer por miedo a ofender a los musulmanes recién llegados. Se cancelan celebraciones y conciertos de villancicos en colegios de Inglaterra, Dinamarca y Francia, optando por inanes fiestas invernales que no significan nada, como el Viaje de Invierno en Nantes, los Soles de Invierno en Angers y el Destino al Hermoso Invierno en St. Denis. Con la Navidad, nuestras identidades europeas se difuminan en el espacio público. Pocos políticos dejan de felicitar explícitamente a sus conciudadanos musulmanes el Eid al-Adha, pero en Navidad se limitan a citar unas «fiestas» sin nombre.
Los Brighton and Hove Museums publican en su página web una entrada de Simone LaCorbinière sugiriendo que Santa Claus es una mala copia de otros personajes distribuidores de regalos de todo el mundo, que el popular icono vestido de rojo y blanco debería abstenerse de dividir a los niños entre buenos y malos e incluir una Madre Navidad para luchar contra las visiones colonialistas. El diario conservador británico The Telegraph se queja de que Father Christmas es «demasiado blanco».
En Gran Bretaña, los villancicos tradicionales más conocidos podrían desaparecer de pubs y bares tras una nueva normativa laboral sobre el ‘acoso a los trabajadores’. La Cláusula 20 de la Ley de Derechos Laborales del Reino Unido obliga a los patronos a tomar todas las medidas razonables para proteger a los empleados del acoso por parte de terceros, y esto incluye suprimir el canto de villancicos en pubs y restaurantes si se consideran racistas u ofensivos para el personal. Los críticos advierten que la legislación podría llevar a que canciones festivas populares, desde Jingle Bells y Do They Know It’s Christmas? hasta Baby, It’s Cold Outside”, sean eliminadas de las listas de reproducción.
Todo esta lluvia fina, que arrecia desde hace décadas, ha tenido su amargo fruto, por ejemplo, en el creciente desconocimiento del significado último de las fiestas navideñas. Ya en 2018, por ejemplo, una encuesta reveló que el 38% de los británicos de entre 21 y 28 años desconocía la identidad del Niño Jesús en los belenes, y el 37% no sabía identificar ni a José ni a María. Menos del 10% podía nombrar los regalos que los Reyes Magos le dieron a Jesús (oro, incienso y mirra); algunos incluso creían que Papá Noel participaba en la escena de Belén. Una encuesta anterior reveló que el 18% ni siquiera creía que Cristo hubiera existido.
La Navidad es un termómetro que marca el declive de nuestra civilización. Su celebración pública no es solo para los cristianos, sino una expresión crucial de nuestra identidad. Y su paulatina desaparición indica a las claras ese fenómeno, a la vez, evidente y prohibido de expresar: nuestra sustitución demográfica.
¡Feliz Navidad!









